jueves, 14 de junio de 2007

Las consecuencias cada vez más destructivas del recalentamiento global Parte 2

El clima variable y sus efectos

Desde luego, no todas las consecuencias del recalentamiento global son nocivas para nuestra salud. En las regiones tórridas, las temperaturas altísimas podrían reducir la población de caracoles, agentes transmisores de la esquistosomiasis (una enfermedad parasitaria). Los vendavales causados por el resecamiento de la superficie terrestre quizá dispersen el aire contaminado. En las áreas normalmente gélidas, los inviernos más templados tal vez reduzcan los casos de afecciones respiratorias y ataques cardíacos vinculados con el frío.
No obstante, en general, los efectos indeseables de un clima más variable y extremo eclipsarán, probablemente, cualquier beneficio.
A medida que el mundo se recalienta, las enfermedades transmitidas por el mosquito (paludismo, dengue, fiebre amarilla y varios tipos de encefalitis) suscitan especial inquietud. Se estima su prevalencia creciente porque el clima frío circunscribe la presencia del mosquito a regiones y estaciones con determinadas temperaturas mínimas.
El calor extremo limita igualmente la supervivencia de los mosquitos. Pero dentro de las temperaturas tolerables para ellos, al calentarse el aire, proliferan más rápido, pican más y se acelera el ritmo de reproducción y maduración de sus parásitos patógenos. A una temperatura de 20°C, el parásito inmaduro de la malaria tarda 26 días en desarrollarse por completo; a 25°C, tarda apenas 13 días. Los mosquitos anofeles que transmiten el paludismo viven unas pocas semanas. Por tanto, las temperaturas más cálidas permiten que más parásitos maduren a tiempo para que los mosquitos infecten al hombre.
Con el recalentamiento gradual de áreas enteras, los mosquitos y su séquito de enfermedades entran en territorios que antes les estaban vedados. Al mismo tiempo, en las zonas que ya habitaban, causan más enfermedades por períodos más largos. La malaria ya ha vuelto a la península de Corea y ha habido pequeños brotes en partes de Estados Unidos, Europa meridional y la ex Unión Soviética. Según algunos modelos de proyección, a fines del siglo XXI la zona de transmisión potencial contendrá aproximadamente al 60% de la población mundial; hoy comprende al 45 por ciento.
De manera similar, durante la última década, el dengue o fiebre quebrantahuesos (una grave enfermedad viral, parecida a la gripe, que puede causar hemorragias internas fatales) ha extendido su campo de acción en América; a fines de los años 90, llegó a Buenos Aires. Asimismo, ha logrado penetrar en Australia septentrional. El número actual de enfermos en las zonas tropicales y subtropicales se calcula entre 50 y 100 millones.
Por supuesto, es imposible atribuir estos brotes al recalentamiento global en forma concluyente. Podrían entrar en juego otros factores: un menor control de los mosquitos, la declinación de otros programas de salud pública, o bien, una resistencia creciente a los medicamentos y pesticidas. Sin embargo, la coincidencia de algunos brotes con otras consecuencias previstas del recalentamiento global robustece los argumentos a favor de una causa climática.
Las tierras altas son un ejemplo de ello. En el siglo XIX, en Africa, los colonos europeos se establecieron en regiones montañosas más frescas para evitar las peligrosas miasmas (en italiano, mala aria o "mal aire") de los marjales. Hoy, muchos de esos refugios peligran. Tal como se preveía, el calor ha ido escalando numerosas montañas. Desde 1970, en los trópicos, el límite inferior de las temperaturas bajo 0°C permanentes ha ascendido casi 150 metros. Se denuncian casos de infecciones transmitidas por insectos en las tierras altas de América del Sur, América Central, Asia y el centro y este de Africa.
continua...

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